Deterioro neuropsicológico asociado al consumo de alcohol y cocaína

  1. SENABRE AROLAS, ISABEL
Dirigida por:
  1. Samuel Asensio Director/a
  2. Antonio Verdejo García Director/a

Universidad de defensa: Universidad CEU - Cardenal Herrera

Fecha de defensa: 13 de julio de 2012

Tribunal:
  1. Fernando Cadaveira Mahía Presidente
  2. Loreto Peyró Gregori Secretario/a
  3. Carmen Palau Muñoz Vocal
  4. María José Zarza González Vocal
  5. María José Fernández Serrano Vocal

Tipo: Tesis

Teseo: 350434 DIALNET

Resumen

PRESENTACIÓN Y JUSTIFICACIÓN DEL TRABAJO La investigación sobre los fenómenos adictivos ha acumulado en la última década un enorme volumen de conocimiento sobre los mecanismos de acción, la vulnerabilidad individual, las alteraciones del funcionamiento cerebral, las manifestaciones conductuales y emocionales asociadas, los mecanismos implicados en la recaída y los procesos de tratamiento y recuperación de los procesos adictivos. (Pedrero Pérez et al., 2011). En la actualidad, seguimos interesados en conocer más sobre las bases neurobiológicas de los comportamientos, las cogniciones y las emociones que subyacen a la conducta adictiva con el objetivo de diseñar planes de rehabilitación y tratamiento individualizados y eficaces para el abandono del consumo. La implicación de diversas estructuras neurológicas y sistemas neuroendocrinos en la instauración, el mantenimiento y el abandono de la adicción está bien documentada, y se han propuesto en los últimos años algunos modelos neurocognitivos que acumulan un sustancial apoyo empírico y permiten explorar relaciones etiológicas y otros procesos vinculados (Koob and Le Moal, 1997; Goldstein and Volkow, 2002; Everitt and Robbins, 2005; Redish et al., 2008; Robinson and Berridge, 2008; Verdejo-García and Bechara, 2009). Todas estas nuevas teorías superan ampliamente los viejos dualismos genes/ambiente, mente/conducta o biológico/psicosocial, partiendo de un enfoque interaccional que imposibilita considerar cada uno de los aspectos implicados prescindiendo del otro (Pedrero Pérez et al., 2011). Tenemos, por un lado, un amplio conocimiento sobre las bases neurobiológicas de la adicción. Los modelos animales han permitido explorar los componentes cerebrales y extracerebrales que participan en los procesos adictivos. Desde los componentes celulares hasta las áreas cerebrales y sus complejas relaciones, ahora conocemos muchas de las estructuras y funciones implicadas en el proceso adictivo. Los estudios en humanos, necesariamente más limitados, también han proliferado en los últimos años y han permitido trazar una visión amplia de los mecanismos (microscópicos y macroscópicos) vinculados a la adicción y su interacción con el ambiente y con los factores que pueden ¿proteger¿ o ¿desencadenar¿ la vulnerabilidad hacia el proceso adictivo (Ambrosio, 2003; Drew et al., 2006). Contamos con multitud de modelos neuropsicológicos complejos que tratan de explicar los fenómenos adictivos desde perspectivas más globales, y que gracias a su posibilidad de ser comprobados empíricamente nos acercan cada vez más a un conocimiento cierto de los fenómenos estudiados (Goldstein and Volkow, 2002; Everitt et al., 2008; Koob and Le Moal, 2008b; Redish et al., 2008; Robinson and Berridge, 2008; Verdejo-García and Bechara, 2009). Este gran dinamismo investigador ha sido posible fundamentalmente por el avance tecnológico y la posibilidad de utilizar instrumentos y procedimientos que no estaban disponibles en el pasado. El cerebro ha pasado de ser el gran desconocido a ser ese órgano al que podemos observar en acción, gracias a las técnicas de neuroimagen funcional. Ahora es posible observar los grupos neuronales que intervienen en cada acción, sus conexiones, su actividad y trazar mapas, cada vez más amplios, de qué áreas o trazos se activan en cada momento y en reacción a qué estímulos. En el futuro, podemos esperar, que se pueda aplicar esta tecnología al diagnóstico clínico de enfermedades concretas. Pero la adicción no es sólo neurobiología. Existe un período de tiempo especialmente importante en el desarrollo de las conductas de riesgo así como una serie de factores que pueden influir sobre ellas. Hablamos de la adolescencia y de los factores de protección o de riesgo. El cerebro humano nace inmaduro, se forma a sí mismo a partir de los estímulos que recibe del exterior, modifica su estructura con cada nueva experiencia, este proceso es permanente a lo largo de la vida pero presenta períodos críticos en los que los cambios y la influencia exterior determinan transformaciones con implicaciones muy importantes en el rendimiento cerebral a corto, medio y largo plazo. Deficiencias en estas fases críticas del desarrollo cerebral hacen al sujeto más vulnerable al efecto de estímulos externos, ya sean agentes químicos como las drogas u otros elementos reforzantes como el juego de apuestas, el uso de tecnología o la adscripción a determinados estilos de vida. Cualquier conducta gratificante es potencialmente generadora de un proceso adictivo, pero es el cerebro el que finalmente controla y organiza nuestros pensamientos y conductas. El cerebro será más vulnerable en la medida que haya pasado por un proceso de desarrollo deficiente, y esto depende de cuestiones tan variadas como la carga genética, los procesos de socialización primaria y secundaria, la sensibilidad al estrés, el aprendizaje de estrategias, etc. Todos ellos, entre otros muchos, son los llamados factores de riesgo y de protección para la adicción, y son elementos a considerar por los programas de prevención. Todo este panorama obliga a contemplar desde muy diversos puntos de vista los problemas que llevan a un sujeto a solicitar un tratamiento por su adicción. No basta con saber qué sustancia consume o sus efectos neurobiológicos a corto y a largo plazo, muy al contrario cualquier programa de tratamiento debe tender a la individualización, formulándose con suficiente flexibilidad para asumir a personas con características diferentes pero ofreciéndole ayuda ajustada a sus necesidades particulares para el abandono de la adicción. Por esto es de crucial importancia evaluar con criterios amplios a las personas a las que los profesionales deben atender, de modo que puedan aprovecharse de los beneficios de la intervención. Una intervención efectiva ha de contar con una evaluación neuropsicológica, cognitivo-conductual, emocional y funcional. En primer lugar, y puesto que la adicción se sienta sobre un funcionamiento cerebral alterado, debemos conocer cuál es el nivel de afectación funcional de cada persona. La evaluación neuropsicológica nos puede informar del grado de afectación que presenta cada paciente, y en consecuencia, de la intensidad que debe aportarse en la intervención o recuperación del funcionamiento adecuado. La gestión individual que cada uno hace de sus recursos internos o externos (personalidad), las consecuencias positivas o negativas (psicopatología) y las dificultades en la interacción con los otros (dimensión psicosocial) derivadas de cada estilo general son algunos de los objetivos que debe y puede abordar la evaluación psicológica cognitivo-conductual. Por otro lado es importante explorar los componentes emocionales del comportamiento, los cuales motivan la conducta, en sentido positivo o negativo, favoreciendo la adicción o revelándose como consecuencia de ella. En este sentido, contamos con potentes teorías de la emoción, su relación con los procesos adictivos e incluso con instrumentos para su evaluación. (Pedrero Pérez et al., 2011). De este modo, conociendo desde diferentes perspectivas a la persona, su historial de desarrollo, sus condicionantes ambientales, sus manifestaciones psicopatológicas y el patrón de relación con las sustancias, podemos trazar itinerarios terapéuticos más adecuados y, potencialmente más eficaces, efectivos y eficientes. Para ello, no se trata en absoluto de renunciar a técnicas o estrategias que han sido utilizadas en el pasado y hasta la actualidad. Por el contrario, se trata de prestar atención a la investigación científica y hacer encajar aquello que cuenta con evidencia empírica de utilidad, complementándolo con nuevas técnicas específicamente dirigidas a mejorar el rendimiento cerebral. El presente estudio surge, desde este marco-conceptual, con la finalidad de evaluar las alteraciones neuropsicológicas de los pacientes con adicción con el objetivo de optimizar los recursos de tratamiento y la intervención. En concreto, nos centramos en el estudio de los déficits neuropsicológicos de los pacientes consumidores de alcohol y consumidores de alcohol y cocaína porque encontramos que su consumo conjunto está muy extendido y las evidencias en la última década sobre este perfil en concreto de consumidores resulta un tanto escasa y contradictoria. En la última década, son numerosas las evidencias sobre los déficits neuropsicológicos de las personas que consumen sustancias. Los procesos de atención, memoria, habilidades psicomotoras, inhibición de respuesta, flexibilidad y toma de decisiones son los más afectados por el consumo crónico de cocaína (Jovanovski et al., 2005; Fernández-Serrano et al.). Del mismo modo, el consumo de alcohol ha sido vinculado con una serie de alteraciones neuropsicológicas estables (déficits de velocidad de procesamiento, organización visoperceptiva, habilidades psicomotoras, memoria y control ejecutivo) así como con deterioro en los procesos de toma de decisiones, impulsividad perceptiva y motor. Los estudios que analizan el efecto neuropsicológico del co-consumo de cocaína y alcohol son escasos y muestran resultados contradictorios. Por un lado, diversos estudios constatan que el co-abuso de cocaína y alcohol produce efectos más severos que el consumo específico de cada droga (Bolla et al., 2000b; Goldstein et al., 2004). Otros, sin embargo, encuentran peor rendimiento en los consumidores que sólo consumen cocaína en comparación con los que consumen cocaína y alcohol (Robinson et al., 1999; Abi-Saab et al., 2005) o no encuentran efecto de cada condición entre sí pero sí efecto de ambos en general con respecto a los controles (Di Sclafani et al., 2002). Entendemos que la correcta descripción del perfil cognitivo de estos pacientes es crucial, no sólo para el diagnóstico, sino también para plantear un programa de tratamiento adecuado. Esto es así en la medida en que, por ejemplo, las alteraciones en la gestión de los recursos atencionales y los déficits mnésicos pueden dificultar la asimilación de los contenidos de la intervención al conllevar una importante carga cognitiva y educativa (Verdejo-García et al., 2004d; Verdejo-García et al., 2006c; Ruiz Sánchez de León et al., 2011). La inclusión de la evaluación neuropsicológica como una herramienta adicional de diagnóstico y selección del tratamiento, la adaptación temporal de los contenidos del programa, la intervención directa mediante estrategias de rehabilitación cognitiva o las aproximaciones con un mayor énfasis en los aspectos emocionales podrían contribuir a optimizar las actuales intervenciones terapéuticas en el ámbito de las drogodependencias (Aguilar de Arcos et al., 2005). Con el objetivo de entender mejor los últimos avances en la investigación de los procesos adictivos que conforman el marco de este trabajo, los déficits cognitivos más importantes vinculados al consumo de cocaína y alcohol y algunos aspectos característicos de las sustancias como los mecanismos de acción o sus efectos a corto y a largo plazo, se han introducido estos contenidos en la introducción teórica del presente trabajo. Las Conclusiones de la presente Tesis Doctoral, en relación con los Objetivos y las Hipótesis planteadas, son los siguientes: I. Los individuos con problemas por consumo de sustancias presentan puntuaciones más elevadas en Impulsividad y Búsqueda de Sensaciones que los individuos controles. Las puntuaciones más elevadas corresponden a los sujetos que consumen de forma conjunta alcohol y cocaína. II. Los individuos con problemas por consumo de sustancias presentan alteraciones significativas en velocidad de procesamiento, memoria y funciones ejecutivas en comparación con los individuos controles. III. Los individuos con problemas por consumo de alcohol y cocaína presentan un perfil de deterioro neuropsicológico común a los individuos con problemas por consumo de alcohol en las pruebas de velocidad de procesamiento, memoria y funciones ejecutivas. Los consumidores de alcohol presentaron peor rendimiento que los consumidores que combinan alcohol y cocaína en medidas de atención y toma de decisiones. IV. Existen correlaciones significativas entre la severidad del consumo y medidas de personalidad y rendimiento neuropsicológico. El consumo de alcohol parece estar vinculado con algunas puntuaciones en Impulsividad rasgo y el consumo de cocaína parece estar vinculado con una mejora en algunas pruebas de destreza motora y un empeoramiento en algunas pruebas de memoria.