El arquitecto D. Miguel Ferro Caaveyro(1740-1807)

  1. PEREZ RODRIGUEZ, FERNANDO
Dirigida por:
  1. Andrés Antonio Rosende Valdés Director

Universidad de defensa: Universidade de Santiago de Compostela

Fecha de defensa: 27 de enero de 2011

Tribunal:
  1. Manuel Núñez Rodríguez Presidente
  2. María Dolores Campos Sánchez-Bordona Secretario/a
  3. Miguel Ángel Castillo Oreja Vocal
  4. Joaquín Bérchez Gómez Vocal
  5. Alfredo José Morales Martínez Vocal
Departamento:
  1. Departamento de Historia del Arte

Tipo: Tesis

Teseo: 303997 DIALNET

Resumen

La presente Tesis Doctoral tiene por objeto la trayectoria de la biografía personal y profesional del arquitecto compostelano Miguel Ferro Caaveyro (1740-1807), quien merece ser presentado como testigo privilegiado y protagonista activo de la transformación experimentada por las Artes en Galicia durante el Siglo de las Luces. Así, los análisis de su formación, trayectoria y producción artísticas no sólo sirven al principal cometido de perfilar su persona y actividad profesional, sino que, también, se convierten en excelentes fuentes informativas del complejo contexto histórico-cultural-artístico de la segunda mitad de la centuria setecentista, en cuanto encrucijada de distintas corrientes estilísticas que se entrecruzan y terminan suplantándose. Realidad que, obviamente, adquiere especial significación en los ámbitos periféricos, como es nuestro caso, donde la arraigada mentalidad tradicional y el vigor del deslumbrante barroco vernáculo dejaron la pesada herencia de un desfase generacional, lo que se tradujo en una palpable demora a la hora de implantarse las nuevas tendencias del arte cortesano, primero, y los planteamientos neoclásicos, después. A nuestro biografiado, le ha tocado vivir una época difícil, en la cual se verá obligado a adoptar el nuevo ideario estético, el enunciado por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y que supone una renovación drástica de los planteamientos artísticos hasta ahora operativos. Una renovación, por primera vez en la historia, dictada e impuesta por dos novedosos factores de coerción: la efectiva labor censuradora practicada por Ventura Rodríguez, sobre todo como asesor del Consejo de Castilla, y la fiscalización de la creatividad ejercida por la institución fernandina. Es precisamente el arquitecto de Ciempozuelos una figura clave en la gradual evolución de la estética de nuestro arquitecto que transita de un barroco atemperado o ecléctico, en el cual conviven tradición y renovación, al clasicismo setecentista. Pero esa mutación paulatina viene propiciada también por su relación con Luis de Lorenzana -arquitecto académico-, la empatía con Antonio Montenegro Páramo y Somoza -su valedor-, el conocimiento directo de insignes obras como las realizadas en la catedral de Lugo, y una corta estancia en Madrid. De esta forma, puede comprobarse como el anunciado desfase encuentra su perfecta plasmación en la figura de Ferro Caaveyro, pues no puede ser englobado en la generación neoclásica que le correspondería por criterios cronológicos -es contemporáneo de Juan de Villanueva-, sino que forma parte de la tendencia denominada barroco clasicista que se interpone entre el barroquismo y el arte neoclásico. Aunque no cursa estudios en la Academia de San Fernando ni tampoco posee el preceptivo título de arquitecto académico, es el profesional compostelano más galardonado del momento por reunir aquellos cargos de mayor prestigio como son la maestría de la Iglesia del Apóstol Santiago, la dirección de las obras del Arsenal de los Correos Marítimos de A Coruña, la dirección de la obras emprendidas en la catedral de Lugo durante el último cuarto del siglo XVIII, la supervisión de las obras religiosas del arzobispado de Santiago y la dirección de las obras públicas y particulares de su ciudad natal. Cargos desempeñados sin contravenir el marco legislativo del mundo artístico, aunque el arquitecto académico Melchor de Prado y Mariño pretendiera demostrar lo contrario. A pesar de no poseer la graduación oficial, su reconocimiento está contrastado por las diversas peticiones recibidas desde distintas instancias, figurando entre ellas: el Consejo de Castilla, la Real Audiencia e Intendencia General del Reino de Galicia, la universidad, basílica y arzobispado de Santiago, la catedral de Lugo, la orden de San Benito, distintas parroquias y cofradías compostelanas, etc. Es más, la propia academia madrileña se muestra permisiva con él al aprobar algunos de sus proyectos e, incluso, al proponerlo como candidato para confeccionar o dirigir otros, y la Sociedad Económica de Amigos del País de Santiago le reconoce su formación teórica y capacidad didáctica al requerir sus servicios cuando decide restablecer la enseñanza de la Arquitectura en la Escuela de Dibujo, a lo que responde con la elaboración y presentación de un programa completo de aquel noble arte, ilustrativo de los conocimientos que debían adquirir los aprendices para poder ejercer la profesión; una educación elogiable, cuando menos, si la comparamos, tanto cuantitativa como cualitativamente, con la instrucción a la vieja usanza que podían ofrecer los talleres o estudios de épocas no muy lejanas. Lógicamente, sus amplias y variadas responsabilidades conllevan una incesante, intensa e, incluso, abrumadora actividad en lo referente a producción proyectual, que, lamentablemente, resulta más reducida en cuanto a resultados tangibles, porque si hay una constante en su vida laboral, esta es el amplio abanico de tribulaciones por las que pasan sus obras. Además, sus proyectos más ambiciosos siempre experimentarán alteraciones, siendo ejemplo paradigmático la historia constructiva de la nueva sede de la Universidad de Santiago, sometida a tantos y tan variados vaivenes que no sólo nos hablan de la complejidad de un gran proyecto, de los cambios de opinión en el seno de la propia institución universitaria, o de la habilidad proyectual del autor, sino de como muchas veces la obra resultante es un producto colectivo. Las vicisitudes por las que atraviesan la mayor parte de las grandes obras con las que se vincula el nombre de Miguel Ferro Caaveyro han determinado un curriculum de especial complejidad, aunque esto de ningún modo impide que lo podamos presentar, sin la menor reserva, como uno de los más importantes eslabones de la arquitectura gallega y, el esencial, en el paso del Barroco a la Ilustración, porque, no olvidemos, se trata de la figura mejor preparada y más capacitada entre la nómina de profesionales que, sin el marchamo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, deambularon por Galicia durante la segunda mitad de la centuria setecentista. Pensemos, simplemente, que, a diferencia de otros artistas gallegos anteriores o coetáneos, no llega al campo de la arquitectura desde otros ámbitos más o menos afines, por el contrario, se incorpora directamente a la profesión, concibiéndola, además, como una actividad liberal y actuando como arquitecto de estudio o gabinete.