La narración autobiográfica española en el siglo XIXLa instancia narrativa en la novela

  1. Román-Gutiérrez, Isabel
Dirixida por:
  1. Jorge Urrutia Gómez Director

Universidade de defensa: Universidad de Sevilla

Ano de defensa: 1987

Tribunal:
  1. Alonso Zamora Vicente Presidente/a
  2. M. Begoña Lopez Bueno Secretario/a
  3. Rogelio Reyes Cano Vogal
  4. Ricardo Senabre Sempere Vogal
  5. Dario Villanueva Prieto Vogal

Tipo: Tese

Teseo: 16015 DIALNET lock_openIdus editor

Resumo

El estudio de las técnicas narrativas ha alcanzado en los últimos años un auge y una importancia considerables, sobre todo en lo que se refiere a las personas de la narración, al perspectivismo y al denominado “punto de vista”. Se le ha prestado a la autobiografía y a los relatos en primera persona una atención especial. Pero el análisis de las personas narrativas se ha venido realizando, por lo que respecta a la literatura española, de manera casi exclusivamente teórica. Hasta hace pocos años existía una carencia importante de este tipo de estudios. Se reducían a la autobiografía en la novela picaresca y a un trabajo eminentemente descriptivo que abarcaba hasta el siglo XVIII –y no completo-: el de Randolph D. Pope, La autobiografía española hasta Torres Villarroel (Frankfurt: Herbert Lang-Peter Lang, Hispanistiche Studien, 1974). Si coincidimos con la cada vez más frecuente afirmación de que los métodos narrativos contemporáneos, la manera actual de narrar y de novelar, tienen su origen en el siglo XIX, comprenderemos la importancia que un recorrido a través de las distintas formas novelísticas de este siglo pudiera tener, así como la necesidad de disponer de él para entender el desarrollo de la novela moderna. Este fue el objetivo que nos planteamos al abordar este trabajo. Hemos de reconocer que con anterioridad algo había llamado nuestra atención. Fruto de esta ya antigua preocupación por las formas narrativas había sido nuestra Memoria de Licenciatura, “La primera persona en la narración costumbrista española”. El uso continuado de esa persona narrativa en el género costumbrista no resultaba, tras el estudio que le dedicamos, en modo alguno gratuito. No solo se convertía en un rasgo formal capaz de delimitar y caracterizar dicha producción, sino que, con sus distintas metizaciones, permitía establecer unas diferencias entre los autores tratados. Cada uno de ellos aparecía con una forma diferente de enfrentarse a la realidad –y esto influye directamente en la forma literaria- y con una concepción peculiar del mundo y de la literatura. Ello nos llevó a plantearnos la posibilidad de que existiera un proceso paulatino en el que la figura del narrador llegase a desempeñar una función primordial, sobre todo cuando se muestra personalizado en el relato. Un primer acercamiento a la novela del siglo XX parece demostrar que, en efecto, así ha ocurrido. Ya en la generación del 98 ofrece interés este aspecto: desde Unamuno a las Sonatas del Valle Inclán (con el caso especial de Martínez Ruiz y el posible autobiografimos de novelas como Antonio Azorín, La voluntad o El escritor) la frecuencia de la aparición de relatos en primera persona resulta significativa. Sabido es que las formas novelísticas sufren una evolución fundamental en el decenio comprendido entre 1920 y 1930. La obra de Marcel Proust, y, más aún, la de James Joyce, ocasionan un vuelco en los procedimientos narrativos al que no son ajenos los estudios de la psicología experimental. La influencia de Joyce no se manifiesta prácticamente en la novela española hasta los años cincuenta, aunque la preocupación psicoanalítica ya estuviera en la obra de Manuel D. Benavides. De este modo, la novela española de posguerra ofrecerá varias posibilidades de narración autobiográfica una, la que nace de la novela picaresca áurea, como La familia de Pascual Duarte, Nuevas andanzas y desventuras de Lazarillo de Tormes y otros relatos de Cela; otra, la que ha asimilado el torrente de consciencia joyciano, como la obra de Alonso Zamora Vicente y parte de la novelística de los años sesenta y setenta. Y una tercera, al menos, que nace de las reflexiones novelescas de tipo existencialista. Nuestras motivaciones iniciales, por lo tanto, fueron dos: por una parte, la intuición de que si el prurito objetivista del costumbrismo debía considerarse como la base del realismo posterior, tal vez pudiera ocurrir lo mismo con respecto a sus procedimientos narrativos formales; por otra, el deseo de buscar en nuestro siglo XIX los posible orígenes de la técnica novelística contemporánea. Partiendo de ambas se imponía abordar el estudio de las formas narrativas a lo largo de todo el siglo, pues resultaría imprescindible abarcarlo completo para llegar a desbrozar su posible desarrollo evolutivo. Existen, naturalmente, trabajos sobre el narrador en la novela del siglo XIX (le han dedicado constante atención, por ejemplo, Ricardo y Germán Gullón), pero siempre parciales, limitados a unas cuantas obras. Si los llamados “realistas” (Galdós, Pereda, Clarín, Valera…) merecen especial detenimiento –no sólo por la importancia y abundancia de su producción, sino por la originalidad de muchos de sus planteamientos-, también es cierto que su obra no surge aislada: habría que considerarla, al menos en principio, como fruto de una evolución. De ello dan fe el carácter costumbrista de muchas de sus primeras obras o el empleo de recursos de folletín (Escenas Montañesas, de Pereda o La Fontana de Oro, de Galdós, por ejemplo). Por ello decidimos iniciar nuestro trabajo en los primeros años del silo. Debíamos dedicar especial atención a la instancia narrativa en primera persona, puesto que en este sentido apuntan los más importantes logros de la novelística del XX, sin que ello supusiera limitar el estudio a las formas autobiográficas. Existe una amplia gama de matices en la manifestación de la primera persona que, como es obvio, se relaciona muy directamente con el problema del narrador y su modo de aparición en el relato, tema este ligado al planteamiento del realismo literario por parte del escritor. Pensamos al respecto en el interés suscitado por los autores considerados como los renovadores de la novela moderna: Joyce, Kafka, Proust, Woolf, y, más tarde, Robbe-Grillet o Michel Butor, que ha originado una cantidad ingente de estudios. Pero no es solo la forma moderna del “monólogo interior” lo que, a nuestro entender, requiere detenimiento. Habría que puntualizar esos matices antes aludidos, pues, sin llegar a la formulación definitiva del monólogo joyciano, existen precedentes de las modernas técnicas en la novela española del siglo XIX, reconocidos en algún caso por los creadores de esta modalidad (así lo hace Dujardin con respecto a Palacio Valdés). De cualquier forma, debemos coincidir con Suárez Galbán en que “el nacimiento de la novela moderna y el supuesto “realismo” de la literatura española serían dos ejemplos de cuán importante –y acaso hasta esencial- podría resultar una investigación de la autobiografía en España” (“La autobiografía en España (más reflexiones hacia el orientalismo)”, en Sin nombre, III, nº 3, Puerto Rico, 1973, página 27). Entendíamos que los distintos movimientos novelísticos debían encontrar una manifestación diferente y un cauce expresivo con distintos matices en la instancia narrativa, y a comprobarlo decidimos dedicar este trabajo. Y es ahora cuando debemos comenzar a dejar constancia de nuestras limitaciones. En cuanto a la realización práctica de este estudio, el primer problema que surgió fue el del criterio que deberíamos seguir en la selección de las novelas. Cualquier estudioso del siglo XIX español sabe que, de no poner cotas a su material, corre el riesgo de perderse en el “maremágnum” de novelas, cuentos y artículos que en esta época se publican, o de dejar lagunas en ocasiones fundamentales. No podíamos hacer calas en la obra de los distintos autores, pues posiblemente hubiéramos incurrido en omisiones –conscientes o inconscientes- importantes que invalidaran unas conclusiones elaboradas sobe un corpus incompleto. Debemos reconocer que, habiendo intentado durante mucho tiempo leer todo lo posible, hemos tenido que dejarnos guiar en ocasiones por la intuición. Somos responsable, por lo tanto, de todas las lagunas, fruto de una excesiva ambición en cuanto al material abarcado. Nos hacemos cargo, también, de las posibles insuficiencias bibliográficas. De la misma forma que el número de novelas excede las posibilidades de cualquier investigador, la numerosísima bibliografía existente tanto sobre teoría narrativa como sobre la novela del XIX y cada uno de los autores hace sentir impotencia al más emprendedor. Debemos justificar también que hemos consultado cuantas obras pudimos tener a nuestro alcance en una tarea de años. Por lo que respecta a la metodología, constataremos que, utilizando unas líneas generales como guía, nos ha resultado imposible ceñirnos a unos esquemas teóricos inmutables que pudieran ser aplicables a todas las manifestaciones de las formas narrativas. Las distintas novelas han exigido, a veces, métodos de análisis dispares acordes con sus peculiares características. De ahí que hayamos intentado recoger diferentes de entre los propuestos por la crítica –objetivo que intenta alcanzar el capítulo primero- y que los manejemos con absoluta flexibilidad. Nuestro trabajo comienza, como hemos dejado dicho, en los inicios del siglo XIX. Finaliza con la obra de los escritores de la llamada “generación del 68” y las continuaciones de algunos movimientos, como el naturalismo, que a veces superan los límites cronológicos del siglo, pero que por sus características pueden considerarse decimonónicas. Excluimos, sin embargo, novelas publicadas en el siglo XIS que, por el contrario, pertenecen ya al siglo XX. Así ocurre con alguna novela plenamente noventayochista –como, por ejemplo, La conquista del reino Maya por el último conquistador español Pío Cid, de Ángel Ganivet, publicada en 1897 pero cuyos presupuestos ideológicos y estéticos son diferentes a los del siglo XIX- o con la producción de Vicente Blasco Ibáñez, cuya exclusión se justifica en su momento. Nos hemos limitado por lo general a las novelas y hemos relegado el estudio de los cuentos, tan interesantes a veces, pero que desbordarían los límites –ya excesivamente amplios- que nos hemos impuesto. En cambio, incorporamos el estudio de los artículos de costumbres por razones obvias ya indicadas: entendemos que la producción costumbrista motiva y permite, en gran medida, la aparición del realismo, que toma también en muchas ocasiones sus procedimientos técnicos. Y otra exclusión: los Episodios Nacionales de Galdós, que, a pesar del interés que tienen para nosotros –pues la novela histórica y su evolución nos parece una de las parcelas más atractivas e importantes en el proceso realista- hemos debido soslayar por su amplitud. Deseamos, no obstante, llevar a cabo su estudio en otro lugar. La estructuración de este trabajo responde, en principio, a las clasificaciones tradicionales de la novela del siglo XIX. Para la producción de los primeros treinta años hemos seguido la propuesta de Juan Ignacio Ferreras (Los orígenes de la novela decimonónica, 1800-1830), que distingue diversas tendencias novelísticas –costumbrismo, novela moral, novela sensible, novela de terror, novela anticlerical…- haciendo las precisiones que hemos considerado oportunas. En la novela durante el romanticismo hemos respetado, asimismo, los grupos que la crítica ha establecido (novela de folletín, histórica y sentimental), aunque los límites no estén claros en numerosas ocasiones. Puesto que consideramos la instancia narradora rasgo de capital importancia a la hora de delimitar las características de una obra –sin que quiera ello decir que sea el único elemento digno de ser tenido en cuenta-, hemos preferido alterar luego su catalogación si sus peculiaridades narrativas así lo requerían. Por lo que a la obras anteriores y precedentes al realismo se refiere, hemos incluido la producción costumbrista de los tres grandes cultivadores del género –Larra, Mesonero y Estébanez- y, para ofrecer una visión más amplia, la de algunos otros costumbristas más y los artículos recogidos en Los españoles pintados por sí mismos, junto con las novelas de Fernán Caballero –considerada por los críticos como el puente de unión entre el costumbrismo y el realismo- y las de algunos novelistas “de costumbres” más. El propósito de este capítulo es el de indicar cuales son, en realidad, los auténticos precedentes del realismo por lo que respecta a las formas narrativas. Por último, hemos aunado en un capítulo único realismo y naturalismo. Ello se debe a que, tras el análisis de la técnica narrativa de estos autores, pudimos comprobar la inexistencia del movimiento naturalista en España como tal, en primer lugar; en segundo, al hecho de que los autores fundamentales de la generación del 68 producen tanto novelas realistas como “naturalistas”, además de las que, en muchos casos, responden a la influencia idealista de la novela rusa. Hemos preferido, pues, analizar la evolución narrativa de los distintos autores de manera unitaria. A todo ello precede un capítulo teórico en el que son dos las cuestiones fundamentales: la primera de ellas es el planteamiento del realismo en la literatura, puesto que es el problema primordial que preocupa a la casi totalidad de los escritores del XIX; la segunda, estrechamente ligada a la anterior, es la manifestación de la instancia narrativa. Consiste en una exposición de las distintas teorías sobre el punto de vista, las personas de la narración y las modalidades de la primera persona. Hemos tratado aquí de recoger los estudios existentes sobre el tema, a veces incompletos o centrados en diferentes perspectivas. Al reagruparlos pretendemos ofrecer una visión amplia y compiladora de las teorías que han ido proliferando en los últimos años, añadiendo las modestas observaciones que podemos presentar ante críticos de la categoría de Genette, Todorov, Booth o Friedman, por citar sólo algunos nombres. Con todo ello nuestra intención ha sido la de demostrar que las distintas formas narrativas utilizadas en la novela responden a los presupuestos de cada movimiento y de cada autor. Su manifestación permite proponer, en unos casos, clasificaciones diferentes a las ya establecidas; en otros, confirmarlas manteniendo la instancia narrativa como elemento imprescindible en la caracterización literaria. Lo que hemos indicado con respecto a los movimientos puede hacerse extensivo a los autores. Gracias a la evolución de la forma narrativa hemos podido, por no citar más que un ejemplo, profundizar en la evolución de la novela histórica. En otros casos, el análisis detenido de la voz narrativa en alguna novela concreta nos ha llevado a conclusiones gratificantes. En este caso los ejemplos serían numerosos. En cualquier caso, entendemos que la posible importancia que este trabajo pudiera tener radicaría en poner de manifiesto como la evolución de la técnica novelística en el siglo XIX sienta las bases de lo que será la renovación narrativa del siglo posterior, renovación que en modo alguno podría entenderse sin tener en cuenta la importantísima aportación del gran siglo de la narrativa. Convencidos, no obstante, de que la exposición de lo que va a ser este trabajo no es más que la confesión de sus limitaciones, sólo esperamos que las conclusiones puedan resultar, ya que no definitivas, al menos esclarecedoras o útiles como apoyo de trabajos posteriores. Quede constancia aquí de reconocimiento para cuantas personas nos prestaron su ayuda: nuestros compañeros del Departamento de Literatura Española y de otros departamentos, como el de Lengua Española o el de Literatura Hispanoamericana, y todos aquellos que de una forma u otra colaboraron en estas páginas. De manera muy especial quisiéramos mostrar nuestra sincera gratitud al directo de la Tesis, el profesor Urrutia, no sólo por su inapreciable ayuda y orientación en todos los sentidos (metodológica, bibliográfica…) sino –y quizá sobre todo- por la muestra de confianza y el ánimo ofrecidos, alentándonos a continuar cuando la amplitud del trabajo nos hacía sentir la imposibilidad de llevarlo a cabo y prestándose pacientemente a corregir los errores y a resolver los infinitos problemas que han ido surgiendo.